viernes 18 de julio de 2025 - Edición Nº2224

Sector Inmobiliario | 25 sep 2023

Tendencias

Del sueño a la realidad: los pros y los contras de vivir en un barrio privado

Aunque para agentes inmobiliarios son una aspiración, algunos vecinos empiezan a dejar los countries a causa del tránsito intenso y las expensas caras. Cómo influye la crisis.


Después del boom de la compra y el alquiler de casas en countries y barrios cerrados durante 2020 y 2021, cuando la pandemia y el home office revalorizaron como nunca antes la posibilidad de habitar más metros cuadrados y rodeados de verde, el furor se apaciguó.


La inflación desatada, los casos de inseguridad (aunque infinitamente más infrecuentes) que aumentan tras esos muros y el tráfico insufrible abrieron otro plano entre quienes elegían (o ya no más) vivir en urbanizaciones cerradas.


Es la grieta entre los fundamentalistas y los arrepentidos del country.


El último grupo es mínimo respecto al otro y, a la vez, es el más llamativo.


Estos escenarios -en los que contrasta el brillo y la opacidad de lo que en Argentina siempre significó poder vivir en un lugar así- conviven en un nivel selecto del mercado inmobiliario, que mantiene cierta actividad frente a la quietud generalizada por la corrida del dólar, a la espera de que los precios de los inmuebles toquen un piso y se defina la posible modificación de Ley de Alquileres.


Guadalupe Freire, de 47 años, no llegó a vivir tres años en la casa que alquiló en el country Banco Provincia, en el partido de Moreno. Se fue en agosto de 2022. “La idea de mudarnos ahí era tener una mejor calidad de vida, porque sufrimos algunos robos en la zona donde vivía.
El lugar nos encantó, tenía muchas actividades para los chicos.


Hubo que hacer arreglos a la casa, pero llegamos a un buen acuerdo con el dueño. El problema fue cuando retomamos la rutina pospandemia”, arranca Guadalupe.
Todo se complicó con el viaje a su trabajo (es dueña de un centro de estética en Morón), al colegio de Lola, de 18 años, y al jardín de Benito (4), más sus actividades en el club y otros eventos que la obligaban a volver a salir de lo que -pensaba- sería un oasis de descanso.


En la semana llegó a tener que hacer el recorrido de Moreno a Morón tres veces en un día. “El fin de semana, que se suponía que podíamos disfrutar de las comodidades por las que pagábamos, los chicos tenían cumpleaños y partidos. Y nosotros, reuniones con amigos.


Todo lejos. No estábamos ahí en todo el fin de semana. Lo sostuvimos lo que pudimos, hasta que decidí volver más cerca de mi trabajo y del entorno de mis hijos”, detalla.


“No aconsejo a nadie estar a varios kilómetros de su vida diaria.


Además del viaje y del gasto del auto no podés contar con un familiar para que te de una mano”. Guadalupe vive a ocho minutos de su trabajo y a diez minutos de la escuela de sus hijos. Optó por un duplex en un condominio cerrado. Reconoce que no tiene “las comodidades de un country”, pero subraya que ganó en calidad de vida.


“No tengo que manejar tanto, gano tiempo con mis hijos, puedo ir a buscarlos al colegio, dejarlos en casa y volver al trabajo. Ahorro lo que antes gastaba en algo que no podía aprovechar”, cierra Freire.


Daniel, empleado bancario en la Ciudad, todavía no abandonó con su pareja -acompañante terapéutica, con todos sus pacientes en Capital- su casa en ese country en Pilar.


“Hace quince años compramos esta pequeña propiedad de club de campo. El barrio estaba terminando de formarse. Fue con mucho esfuerzo, pero pagábamos mucho de expensas en el departamento de Belgrano, además de las cocheras de los dos autos, que era como pagar un alquiler. Comprobamos que iba a ser lo mismo si nos mudábamos al country, con mucho más espacio que en un dos ambientes con balcón”, describe Daniel.
El panorama cambió y esta pareja es un testimonio de la migración inversa: del country a la Ciudad, otra vez, por el costo de las expensas de las urbanizaciones cerradas con más servicios y comodidades.


“El negocio era que alquilábamos el departamento y con eso bancábamos el costo de nuestra vida en Pilar. Es inigualable disfrutar de al menos 160 metros cuadrados, la naturaleza, las actividades deportivas y estar en una comunidad donde hay más interacción con los vecinos. Todo fue ganancia, pero ya no. No teníamos las expensas de ahora. Después se sumó el costo del saneamiento de la pequeña laguna.


Todo subió demasiado desde la pandemia, por la inflación. De eso no tiene la culpa el barrio, que tiene una muy buena gestión”, admite el hombre, de más de 50 años.


Del 60 al 75 por ciento del valor de las expensas de un barrio cerrado promedio se destina al personal en relación de dependencia y la empresa de seguridad. Las del barrio de Daniel aumentaron 100 por ciento respecto a agosto de 2022.


“Por la Ley de Alquileres no pudimos ajustar la renta de Belgrano más que una vez al año, así que no cubre para nada los gastos de acá.
No les renovamos el contrato y volvemos nosotros a vivir al departamento.


Vamos a vender la casa. En Belgrano, aunque no se pueda estacionar, vamos a estar cómodos económicamente, sin pagar peajes, gastando mucho menos en nafta y sin estas expensas”, anticipa.


Seguridad es la palabra que resume el mayor atractivo de vivir en un country. A diferencia del “afuera”, donde no todos los robos son noticia, en los últimos años hubo, sobre todo antes de la pandemia y en la actualidad, más casos de inseguridad en estas locaciones.


Raúl Castro -presidente del Consejo Asesor de Seguridad en Barrios Privados de la Asociación Latinoamericana de Seguridad, que elabora estadísticas desde 2022- opina que “claramente, el delito en los countries viene en ascenso.


Los datos duros relevados muestran que la cadencia de hechos se mantiene constante desde 2022: una intrusión a barrios privados cada algo más de cuatro días”.
En 2023, los medios cubrieron solo el 19 por ciento de los casos. El resto fue relevado por el Consejo.


“Es altamente probable que los casos sean muchos más. Muchos barrios no denuncian para no afectar la imagen y el negocio de venta en el lugar”, cuenta Castro. En 2022 contabilizaron 84 intrusiones y, en lo que va del 2023, suman 69.


El 80 por ciento de los robos se dio en casas no habitadas. En 2022, el 90 por ciento de las intrusiones fue por los cercos perimetrales. Este año, esa modalidad bajó al 63 por ciento. “Aumentaron los ingresos por las entradas, por las guardias, adulterando tarjetas de acceso.


Por eso crece la implementación de sistemas biométricos de acreditación de identidad”, cierra Castro.


Desde Argenprop explican a Clarín que, lejos del récord histórico de agosto de 2020 de un 600 por ciento más de demanda de casas de country que en el mismo mes del año anterior, en 2023, “la demanda de este tipo de propiedades está 50 por ciento por sobre 2022, para operaciones de compra y alquiler”. Andrea García asegura que no se iría por nada del barrio cerrado Los Pilares, en el kilómetro 45 de la Panamericana.


Sobre los “arrepentidos del country” dice que son los ex habitantes pandémicos.

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