
Construcción | 6 ago 2024
De fábrica a propiedades
La Algodonera: la fábrica que tenía club, pileta y terraza verde para sus empleados, y hoy es un complejo de lofts y departamentos
La Manufactura Algondonera Argentina representó a una industria pujante que con los años perdió fuerza; el edificio fue obra del arquitecto Jorge Bunge
ue una construcción adelantada a su época. En un estilo racionalista, la obra de Jorge Bunge se destacó en la arquitectura industrial urbana y fue uno de sus trabajos más importantes. Ocupaba gran parte de la manzana comprendida entre la avenida Córdoba, Concepción Arenal, Álvarez Thomas y la calle Santos Dumont.
Según cuenta Paul Dougall, quien actualmente escribe la biografía de Bunge –que prevé publicar en diciembre–, su edificación se dio en un contexto muy combativo, de una tensión grande entre trabajadores y empresarios, con huelgas que duraban muchos días.
“Creo que la idea de los dueños de la algodonera fue tratar de hacer una planta que tuviera todas las comodidades para sus operarios, que tuviera mucha luz, pasillos amplios y espacios de ocio, de manera que encargaron esa tarea a Bunge. Él estaba muy conectado con estas familias que eran dueñas de las principales empresas del país”, afirma.
En esos momentos, la Manufactura Algondonera Argentina pertenecía mayoritariamente al grupo Bemberg, propietario de la Cervecería Quilmes, y el que lo contrató fue Manuel Fontecha Morales, vicepresidente ejecutivo de la algodonera.
“A Bunge le dieron carta blanca para que hiciese lo que le pareciera con la fábrica y entonces logra una de sus obras más importantes, sino la más importante en plantas industriales”, sostiene Dougall.
Y añade: “Así como el edificio Kavanagh fue el gran rascacielos que rompió el skyline de Buenos Aires, para mí, la algodonera marcó una nueva manera de hacer edificios industriales”.
Sin dudas, fue una obra pionera: contaba con una proveeduría, servicio médico y en el quinto piso tenía una pileta de natación y un club con espacios verdes para sus empleados. Para Dougall, la propuesta de la fábrica fue algo disruptivo. “Era algo que no se usaba en ese tiempo y, evidentemente, creo que lo hacían para tratar de mejorar la dinámica entre trabajadores y empresarios. Fueron pioneros de verdad en estas cuestiones”, advierte.
Era, además, una de las fábricas más importantes del país. En plena producción sus telares demandaban 7000 toneladas de algodón que requerían el trabajo de casi 4000 empleados. Allí se confeccionaban estopas, hilos, trapos, lonas y torsionados como sogas o fibras de algodón, entre otros. “Se había iniciado como empresa en 1914 bajo la firma de Fernando Péres y Cía. y se amplió a partir de los años 20 con diversos productos textiles hasta requerir la inmensa mole de hormigón armado racionalista del arquitecto e ingeniero Jorge Bunge”, explica Juan Antonio Lázara, doctor en Historia y Teoría de las Artes de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y profesor titular de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE).
Cabe destacar, entonces, que la Algodonera perteneció en un primer momento a Fernando Péres y Cia., quien le habría dado origen ante la creciente demanda de textiles a raíz de la interrupción de la llegada de estos materiales desde Europa durante la Primera Guerra Mundial. Más tarde se sumarían como socios los grupos Fabril Financiera y Bemberg pero, para fines de los años 30, este último sería el accionista mayoritario.
Racionalismo funcional
De acuerdo con lo que detalla el arquitecto Fernando Luis Martínez Nespral, director del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas Mario Buschiazzo, perteneciente a la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA, el edificio fue proyectado por Bunge en 1946.
“Originalmente tenía fines industriales y en 1998 fue reciclado por los arquitectos Berardo Dujovne y Silvia Hirsch para convertirlo en vivienda multifamiliar”, señala. Actualmente, se lo conoce como “La Algodonera”.
Martínez Nespral lo describe como un edificio con una clara impronta racionalista propia de la época en la que fue construido. “Esta se expresa a través de muros lisos, sin mayores ornamentaciones, ventanas apaisadas y volúmenes prismáticos simples. Estos solo se ven alterados en ciertos puntos con la incorporación de formas curvas, también simples, que realzan puntos claves como las esquinas”, explica.
Por su parte, Dougall sostiene que este fue un proyecto muy grande para Bunge, que había crecido mucho a partir de la construcción de edificios de renta y otros residenciales importantes. Y recuerda que, entre fines de la década del 20 y principios de la del 30, la arquitectura argentina atravesaba una etapa de transición.
“En ese momento comienzan a llegar influencias muy importantes de los arquitectos europeos, en particular de Le Corbusier y del alemán Walter Gropius. Con ellos empieza a difundirse una influencia más moderna y racionalista que despierta interés en el país, no tanto en lo residencial sino más bien en las construcciones industriales, en cines o en edificios de oficinas”, destaca. Es entonces cuando le encargan a Bunge hacer de nuevo esta planta, una fábrica que ya existía y que necesitó ser ampliada.
Sobre Bunge, el director del Instituto de Arte Americano recuerda que fue un referente en la primera mitad del siglo XX: “Como la mayoría de los arquitectos de su generación transitó por diversos estilos desde el eclecticismo-academicismo, vulgarmente conocido como estilo francés, el pintoresquismo, el art decó y el racionalismo. Durante este período, Bunge, al igual que muchos de los arquitectos de su tiempo, elegían los distintos estilos mencionados en función del destino del edificio a proyectar”.
De manera que los grandes palacios solían caracterizarse por el academicismo parisino, mientras que, para las obras en el campo, suburbanas o de playa se preferían los estilos pintoresquistas y la estética del chalet. Finalmente, para los edificios industriales o, en algunos casos, los de vivienda colectiva, se prefería el estilo racionalista, más austero, económico y afín a la imagen industrial.
En cuanto a la obra del reconocido arquitecto, Martínez Nespral indica que es muy numerosa y diversa e incluye edificios emblemáticos de Buenos Aires como la sede central del Automóvil Club Argentino en la Avenida del Libertador (que coproyectara con varios de los arquitectos más famosos de su tiempo) y otras también de singular relevancia como el planteo urbano y varios de los edificios fundacionales de Pinamar, ciudad que Bunge creó a partir de la década del 40.
“Por otra parte, él era miembro de una familia de industriales, proyectó muchos edificios para fábricas, algunas de ellas propiedad de su familia como la Cristalería Rigolleau, en Berazategui, en la zona sur de la provincia de Buenos Aires. También realizó otras edificaciones para diversos empresarios de la época”, agrega.
Cierre y nueva vida
Desde el punto de vista de Lázara, la fábrica Manufactura Algodonera Argentina es un caso típico de una gran empresa industrial que producía textiles en base al algodón con mano de obra intensiva y que decayó a medida que las fibras sintéticas comenzaron a desplazar el protagonismo del algodón. “En la era posindustrial, numerosos edificios de grandes dimensiones perdieron su razón de ser ya sea porque la organización industrial de fines de siglo XX requirió de otras demandas o por la bancarrota de empresas que producían bienes, servicios y materias primas que comenzaban a ser reemplazadas por otras tecnologías y materiales”, señala.
Afirma, además que, en el contexto de decadencia de la algodonera, el barrio se fue degradando hacia mediados de siglo XX y hasta los años 80 todavía permanecían resabios de asentamientos en el entorno.
FUENTE LA NACION


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